viernes, 15 de enero de 2010

Cambio de Blog

Por problemas con la cuenta, opte por abrir un nuevo blog.


www.alixandrinadavila.blogspot.com


¡Muchas gracias por su seguimiento!


Alixandrina Dávila

jueves, 14 de enero de 2010

Condena


Que sería de ella si tener tanto que decir sobre eso.


Amaría la presencia serena dentro de sus aposentos.
Se dispondría a la sordera por aquellos que quisieran revivirla
Aniquilaría de su mente la mancha de sus recuerdos
¡Oh! Jugaría con la cálida brisa.
Saltaría con los animosos invertebrados.
Nadaría hacia la capacidad de volar.
Dejaría en libertad el helio capturado en el globo.
Observaría la geometría radiante plasmada en un cielo.
Hurgaría los terrenos invadidos por el desierto.
Llegaría al límite de los más altos deseos, encañonados por inicuas vacilaciones,
... detendría la incertidumbre dentro de su identidad.


Se ocultaría.
De su lobreguez.
Dureza,
Apatía,
Solidez.


Pero finalmente añoraría la presencia de esa pasión. Porque tú la condenaste.

domingo, 3 de enero de 2010

Manía

Si fueras más que una frustración.
Si lograras encontrar la piedra refulgente que se oculta bajo tu pie.
Si alcanzaras lo último que deseo de tu ser pensante.
Si hurgaras la composición que mis oídos tanto demandan.
Si acercaras tu piel tanto como intento acercar la mía hacia tus vestiduras.
Si dejaras que tu soplo baile con mi cabello.
Si te hundieras conmigo en el suspiro.
Si me preguntaras porque pongo mi mano sobre tu pecho.
Si me dejaras enseñarte lo que existe dentro del alba.


Si tan sólo dejaras llevar tu existencia por el ‘Sí’.
No tendría por qué negarme a ti.

martes, 1 de septiembre de 2009

Emoción

La abrumaste con ésta luz cegadora

y fue así como la inmovilizaste en tus manos.
Abriste y cerraste el telón,
cerraste y abriste tus ojos,
luego prodigaste la esperanza de ser la perfecta entidad para ella.


Y por esa razón:
Ya no cuelga en ti aquellos deseos.
Ya no siembra sus cristales ambiciosos en tu piel.
Ya no observa el horizonte de tu inusitada espalda,
ni anhela el sentido fulminante de tu boca.
Sólo cuestiona tus episodios, e indaga la duda.


Ahora estás presente en su mente, más no en su corazón.
Ahora, no eres el aludido,
sino el remplazado.


Remplazado por su felicidad.

viernes, 29 de mayo de 2009

Trastorno Mental

Y estaba observándome de esa manera tan peculiar, incluso sentí que analizaba cada rincón de mi cuerpo igual que lo hizo con el cuadro de Javier, tan vistoso con sus colores unánimes formando entre ellos figuras que para cualquier individuo sin imaginación, serían inexistentes. Pero para su mente no, en lo absoluto; apreciaba como el arte plasmado en el lienzo lo consumía con cada detalle, enviándolo al famoso mundo paralelo que nadie conoce, y aún así es polémica en muchas conversaciones triviales. Me estremecí, con sus ojos tan indescriptibles; es absurdo no tener adjetivos adecuados para figurar esa facción de su costro. Me observaban fijamente, cómo si fuera una criminal a quién estaban siendo condenada, sin dejar escapar ningún detalle; por un momento pensé que las agujas del reloj se detuvieron por tal poder con el que me comía visualmente.

No pude soportarlo. Admito que su coraje me convirtió en la cobarde de la historia; no necesitó ni una palabra, frase o un sermón para convencerme; como una hija castigada por rechazar sus verduras del almuerzo, miré hacía el suelo avergonzada. Deseé estar en el momento equivocado, con la persona equivocada, pero en cuanto esforcé mi cuello para levantar la mirada, me dí cuenta de la dura realidad. Aún me observaba, aún seguía esperando un sonido proveniente de mis más profundos pensamientos, fuese retorcido, sombrío, hasta ridículo; sólo esperaba una indicación. Pero, ¿cuál?

A pesar de haber perdido la noción del tiempo, calculé unos cinco segundos para pensar en lo más oportuno, y así redactarlo en pocas palabras que fuesen bastante vigorosas, pero no demasiado. Punto medio, un maldito punto medio. Me consideraba flexible, pero encontrar algo lo suficientemente placentero para los dos, en ese momento, era difícil. A parte, ni siquiera tenía una idea concreta de lo que él quería. ¿Qué le hace falta? ¿Qué es eso tan insignificante que deseaba? ¿Por qué esperaba que fuese yo quién cumpliera su capricho? Él no necesita nada, eres tú. Me dijo una voz severa y extraña, con un tono de advertencia bastante peligroso, fue muy terminante, así que decidí tragarme las pocas sílabas que había formado para comenzar la conversación, y no sé como, bordeé su rostro con un paneo y luego comencé a luchar contra su mirada fulminante.

Recuerdo perfectamente cuando alguien pasó a nuestro lado e indicó que eran las 2:45 a. m.; a parte de darme cuenta que no estábamos solos en ese lugar, saqué cuentas y resultaron 10 minutos desde que la famosa lucha muta comenzó. Luego nuevas incógnitas llegaron a mi conciente: ¿A qué se venía esto? ¿Qué era exactamente lo que yo estaba haciendo frente a él, sintiendo su respiración que ascendía conforme pasaba el momento? Y fijé mi condición, tenía unas inmensas ganas de rozar su piel, pero una barrera completamente irrealista me frenaba con una fuerza prepotente. Sentí envidia, me hubiera gustado estar en la misma posición que el, dominante ante sus placeres. Si en algún momento quiso tocar mi cabello largo y lacio, o mi rostro, o mis labios, no pude determinarlo, a pesar de ser reconocida como la mujer más minuciosa en cuanto a los detalles, con él era inconstante.

Y tú me conocías mejor; mejor que nadie. Mejor que Dios.

Lo único humano que recibía de tu parte además de tu respiración, era los pestañeos repentinos que tus ojos exigían. Le daban vida a ellos y a tu expresión dura y fría. Repentinamente me disipé en la imaginación de mi inconsciente.

Caí en un mundo vacío, estaba a orillas de un gran ventanal, justo cuando me di cuenta en la posición que estaba, miré hacia atrás sin perder el equilibrio que me mantenía de pie y observé una gran habitación totalmente reluciente por la luz que entraba, con bellos muebles de colores combinados, y en medio de ellos se ubicaba una baja mesa que sostenía un arreglo de rosas. Cliché, pensé. Me cuesta entender como las personas se conforman con la belleza de las rosas; son hermosas, no lo dudo, sin embargo pienso que al habitar el planeta que es conocido como el único que posee vida, tenemos la dicha de gozar de una innegable variedad de belleza floral, y ahí entra la ignorancia perpetua del Hombre. No admira el arte; es superficial… y conforme.

Este pensamiento fue interrumpido por la sobra que formaba mi silueta, obstaculizando el paso de la luz comencé a formar parte del escenario de ese lugar. Pero realmente no era yo quien estaba en el, sino esa extraña forma negra, intentando simular ser una persona plasmada en el suelo. Me hizo muecas de burlas que no logré entender en el momento, ya que no tenía rostro, y fueron sus brazos los que me indicaron la broma. Supongo que al ver mi estado, se sintió contenta de estar bajo el techo seguro. ¿Seguro? ¿Estoy yo en peligro? Giré entorno al estado inicial de mi trance, y me dí cuenta del profundo acantilado en el que me encontraba. Automáticamente el vértigo entro en mi cuerpo. Sentí miedo. Un miedo tan penetrante que hacia a mis huesos astillarse y un mareo formo parte de lo síntomas que indicaban un cambio mortal para mí. Al enfocarme en lo que debía hacer, mantuve el equilibrio para no caer equivocadamente en ese hoyo negro, si iba a morir, no iba a ser por torpeza, algo que realmente me caracteriza. Luego me di cuenta de una cuerda que estaba desde el extremo debajo de mis pies, hasta otro en donde se ubicaba el segundo ventanal. Momentáneamente sentí alivio. Corto, ya que me recordé de mi poca eficiencia para caminar sobre cuerdas flojas, dudo que lo haya hecho alguna vez. No podía creer que mi mente se dignara a colocarme en tal estado de peligro, y a pesar de reconocer el poder de mi imaginación, sentía que estaba en un real lecho de muerte. Temía por mi existencia, así que giré en dirección a la sala amoblada, pero en cuanto volteé para marcar paso choqué con una inesperada pared de ladrillos que sólo me permitía estar de puntillas sobre la orilla sobresaliente, el único rastro que quedó de aquel ventanal.

Por un instante en busca de oxígeno, subí mi rostro y miré aquel atardecer que caía suavemente. Recuerdo las nubes definidas color naranjas y azul, los destellos y uno que otro crepúsculo violeta. Me estremecí. Sentí ironía por aquel hermoso escenario con mi muerte, y a pesar de eso, no entendía.

Paralizada con la cabeza arriba memoricé una interesante clase de psicología donde representaron a los sueños cómo pequeños deseos o pensamientos ocultos en el rincón más oscuro de la mente humana, del inconsciente. Yo soy humana. Entonces recapacité mi situación. Quizás todo esto haya sido un sueño, quizás el trasnocho de aquella noche frente ti me hubiese obligado a caer frente a tus pies por el cansancio, dando cabida a mi mente instintivamente para que tomara rumbo al mundo bizarro. Pero en ese caso, ¿Qué significaría? ¿Tengo dentro de mi cabeza algún mensaje de urgencia? ¿Tengo que morir? Sacudí mi cabeza para caer en la ‘realidad’ que no era existente en el mundo ‘real’; pero, ¿Cuál mundo es real? Cada quien decide donde vivir, donde desarrollarse, como hacerlo, como revelarlo. Las culturas, la sociedad, la moral, la religión, lo terrenal, todo es ejemplo de los mundos creados propiamente; como la música, las melodías y sinfonías, cada compositor se inspira por diferentes trastornos que hay dentro su utopía y como resultado obtiene el orden perfecto de tonos y sonidos que al estar marcados en una partitura se vuelven capaces de penetrar y erizar la piel de algún individuo ¿Y acaso eso no es crear un mundo propio? Desde el emisor hasta el receptor, lo es. Y yo tenía el mío. Lleno de preguntas y filosofías ilógicas.

Sacudí la cabeza, pero no por gusto propio sino por el dolor que mis pies comenzaban a enviar rápidamente a mi cerebro. Tenía que hacer algo.

Había dos obvias opciones en las cuales discernir: O daba un paso hacia delante y dejaba caer mi cuerpo libremente, o me aventuraba a caminar sobre la cuerda floja y vieja. No niego la curiosidad que sentí al pensar en el viento rozar mi rostro y jugar con mi cabello; pero si iba a morir, no sería por torpeza ni indagación. Así que me vi obligada a caminar sobre el fino sendero que estaba frente a mí, a fin de cuentas tenía más posibilidades de sobrevivir ante dicha circunstancia. Levanté mi pie y lo ubiqué sobre el primer tramo de la cuerda, y súbitamente comenzó a sonar de la nada una canción irreconocible en primer plano, pero en lo pude concentrarme para escucharla, me di cuenta de la Quinta Sinfonía compuesta por Beethoven. Supongo que a parte de crear un estado sombrío, me daba un apoyo honorable, ya que capté con facilidad la comparación entre la sordera de Beethoven y mi ignorancia ante tal situación.

A pesar del déficit auditivo de Ludwig, él creaba maravillosas armonías reproducidas por su infinita imaginación, siendo precursor de la música que aún en la actualidad sigue siendo escuchada. Sólo sentía como sus dedos tocaban el instrumento y dejaba en el mundo de la ilusión el sonido que éste producía, sintiéndose satisfecho con lo que creía originar. Era un artista. Y yo, con un pie en la cuerda floja y vieja, comparándome con el músico más superior de lo creado, me vi obligada a mover la otra extremidad faltante, sin saber la belleza que produciría, debía dejar volar mi intrepidez e imaginar que luego volaría yo hasta el otro ventanal. Así lo hice.

Pestañeé en señal de despertar, enfocando las borrosas figuras que se encontraban a mi alrededor; primero observé unas mesas acompañas con sillas, haciendo un juego minimalista con las decoraciones que estaban cerca, algunas lámparas arañas y otras provenientes del suelo.

¿El suelo? ¡Estaba de pie!

Sorpresivamente abrí mis ojos y vi con nitidez el lugar en donde me encontraba ahora. Ya no estaba dentro de un trance mental, ni me encontraba en mi lecho de muerte; ya no tenía que lanzar una moneda para descifrar mi futuro. Estaba viva, y nunca me había sentido tan serena; nunca había estado frente a frente contra la Muerte. ¿O sí?

Agachaste un poco tu cuerpo buscando observar mi rostro que se encontraba un poco confuso, moviéndose de un lado a otro para estacionarse en la realidad. Lograste llamar mi atención cuando mencionaste mi nombre.

-Cristina.

Hacía ya tiempo que no escuchaba aquella voz tan centelleante y audaz. Firme y dura como una roca, pero suave y afinada como terciopelo. Eras sublime. Tu cabello era perfecto con la textura y tamaño que tenía, obscuro casi matizando a negro, sin embargo el sol le permitía reflejar uno que otro destello azulejo, por eso me encantaban los días calurosos. Tu rostro era delicado, con facciones definidas y perfiladas, ‘blanco como la leche’ era tu complejo físico. Eras alto, siempre me fije que mi estatura no alcanzaba llegar hasta tu cuello. Tu cuerpo no era voluptuoso sino delgado, lo que hacía de ti una buena combinación. Y tus ojos… Color ámbar. Me limitaban a describirlos de esa manera. Y mi alma, cuando los veía, comenzaba arder. Mi piel se erizaba conforme ibas acentuando tu expresión.

Nuevamente, me nombraste.

-Cristina- Dijiste con voz severa-. ¿Estás bien?

Necesitaba escucharte. Algo tembló en mi interior con la vigorosa pregunta, y en ese momento no sabía si hablar o esconderme. Los nervios involuntariamente invadieron mis venas obstaculizando el pase de la sangre que bombeaba rápidamente mi corazón, lo que dificultaba mi respiración, comenzando a difuminar las imágenes. Pero no quería dejar de verte.

-Cristina, estoy aquí. Ya sal de ese delirio- Tras esas palabras, tocaste cuidadosamente mi piel con la yema de tus dedos. Me estremecí.

El sonido deliberante nuevamente comenzó a sonar, obligándome a mover mi cuerpo en búsqueda de un reproductor que lógicamente estuviera encendido para reproducir un disco de Beethoven. Pero no encontré nada, así que ultimé que era un lóbulo de mi cerebro quien estaba divirtiéndose conmigo y su música.

Un maldito lóbulo de mi cerebro estaba divirtiéndose conmigo. Enfurecí, tanto que mi serenidad cambió bruscamente.


-Tranquila. Cálmate.

Tranquila. Cálmate. Me repetí instantáneamente, en ese minuto mi mirada estaba fija en el suelo, como si todo ese proceso ya hubiese sido practicado con anticipación. Entre en pánico y mi respiración comenzó a ascender con rapidez. Mi mente ahora no recibía ninguna señal del exterior, sino que intentaba ubicarse nuevamente en aquel escenario, ahora escalofriante para mí. No quería entrar ahí, no después de haber escuchado tu voz. Deseaba sentirte otra vez.

Entonces, entendí.

No había ninguna lucha contra ti, ni contra tu ser, ni contra tus caprichos. Estaba peleando contra mi delirio, conmigo misma. Y eras tú quien estaba de pie frente a mí, mordiéndote la legua para no darme ninguna palabra de consuelo ni un afecto físico que fuera capaz de explotar mi locura. Y así empeorar las mi trastorno mental que silenciosamente ya habían comenzado.

Al ver la rápida captación que tuve con respecto a mi situación, me tomaste fuertemente con tus brazos antes de que lograra caer al suelo. Aprestaste tan duro como te fue posible y sin romper mis delicados huesos ni lastimar la superficie de mi cuerpo. Lágrimas comenzaron a salir de mis ojos por inercia y un dolor tajante golpeaba mi sien. Mi pulso crecía y mi corazón sufría de taquicardia.

Luego recordé aquella voz extraña: Él no necesita nada, eres tú.
Yo necesitaba de ti.

-Todo está bien, Cristina. Respira hondo, busca concentrarte- Me repetías una y otra vez-. Es sólo la imaginación que te invade, no dejes llevarte. No hay nada a lo que tengas que temer. Tienes que llegar aquí, a este mundo, no a otro.

Mientras más palabras decías, menos proyecciones tenía del vacío y la cuerda floja. Sólo necesitaba de algo que me jalara de los pies radicalmente, y tenías que ser tú quien lo hiciera.

-Te amo, Cristina. Vuelve conmigo.

Mis nervios, comenzaron a aplacarse.

sábado, 11 de abril de 2009

Las 7 maravillas del hombre

Instinto combinado
Conciencia esparcidora de las dos perspectivas que definen este universo
Estructura física delimitada por un patrón similar
Alma encantadora, apta para derrochar la pasión
Sentidos comunes que captan la belleza perteneciente al exterior, abriendo paso al estremecimiento de la mente y el cuerpo
Agilidad para construir una sinfonía mágica y elocuente
Capacidad para amar

Dios, admirado y alabado por crear al hombre a su imagen y semejanza.
El hombre, subestimado por poseer el deseo de ser más.

miércoles, 11 de marzo de 2009


“De pequeña me asombraba la fotografía con su extraño silencio. Encontré una de mi abuelo y me imaginaba todo tipo de historias alrededor de su rostro. Era mi héroe. Más tarde me enteré de cosas que me derrumbaron el mito. Igual fue este el origen de lo que hice más tarde cuando comencé a trabajar con la realidad aparente de una foto para contar mis propias historias”.

El intercambio de sintaxis que nos ofrece esta autora holandesa en su fotografía, nos acerca al sentimiento que sintió de niña al encontrar la foto de su abuelo. Con situaciones de personajes ambiguas, encerrados en una naturaleza idílica aunque a veces perturbadora. Kooi, hace que la experiencia de un espectador con ganas de sorprenderse, se vea recompensada con las historias meticulosamente preparadas que le ofrece.

“La mayor parte de mi trabajo está relacionada con mi entorno. La gente que llegó a Holanda no vino y se asentó sin más; tuvimos que construir el espacio alrededor nuestro, porque el agua nos rodea. Hemos adaptado el paisaje a nuestras necesidades. Con mis fotos intento recrear mis impresiones de algunos paisajes. Son metáforas para esas sensaciones”.

Ellen Kooi aporta a sus imágenes una dimensión de peligro, de fragilidad, de posibilidad de ruptura. Son historias sin final, contadas para que el espectador pueda finalizarlas.

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