viernes, 29 de mayo de 2009

Trastorno Mental

Y estaba observándome de esa manera tan peculiar, incluso sentí que analizaba cada rincón de mi cuerpo igual que lo hizo con el cuadro de Javier, tan vistoso con sus colores unánimes formando entre ellos figuras que para cualquier individuo sin imaginación, serían inexistentes. Pero para su mente no, en lo absoluto; apreciaba como el arte plasmado en el lienzo lo consumía con cada detalle, enviándolo al famoso mundo paralelo que nadie conoce, y aún así es polémica en muchas conversaciones triviales. Me estremecí, con sus ojos tan indescriptibles; es absurdo no tener adjetivos adecuados para figurar esa facción de su costro. Me observaban fijamente, cómo si fuera una criminal a quién estaban siendo condenada, sin dejar escapar ningún detalle; por un momento pensé que las agujas del reloj se detuvieron por tal poder con el que me comía visualmente.

No pude soportarlo. Admito que su coraje me convirtió en la cobarde de la historia; no necesitó ni una palabra, frase o un sermón para convencerme; como una hija castigada por rechazar sus verduras del almuerzo, miré hacía el suelo avergonzada. Deseé estar en el momento equivocado, con la persona equivocada, pero en cuanto esforcé mi cuello para levantar la mirada, me dí cuenta de la dura realidad. Aún me observaba, aún seguía esperando un sonido proveniente de mis más profundos pensamientos, fuese retorcido, sombrío, hasta ridículo; sólo esperaba una indicación. Pero, ¿cuál?

A pesar de haber perdido la noción del tiempo, calculé unos cinco segundos para pensar en lo más oportuno, y así redactarlo en pocas palabras que fuesen bastante vigorosas, pero no demasiado. Punto medio, un maldito punto medio. Me consideraba flexible, pero encontrar algo lo suficientemente placentero para los dos, en ese momento, era difícil. A parte, ni siquiera tenía una idea concreta de lo que él quería. ¿Qué le hace falta? ¿Qué es eso tan insignificante que deseaba? ¿Por qué esperaba que fuese yo quién cumpliera su capricho? Él no necesita nada, eres tú. Me dijo una voz severa y extraña, con un tono de advertencia bastante peligroso, fue muy terminante, así que decidí tragarme las pocas sílabas que había formado para comenzar la conversación, y no sé como, bordeé su rostro con un paneo y luego comencé a luchar contra su mirada fulminante.

Recuerdo perfectamente cuando alguien pasó a nuestro lado e indicó que eran las 2:45 a. m.; a parte de darme cuenta que no estábamos solos en ese lugar, saqué cuentas y resultaron 10 minutos desde que la famosa lucha muta comenzó. Luego nuevas incógnitas llegaron a mi conciente: ¿A qué se venía esto? ¿Qué era exactamente lo que yo estaba haciendo frente a él, sintiendo su respiración que ascendía conforme pasaba el momento? Y fijé mi condición, tenía unas inmensas ganas de rozar su piel, pero una barrera completamente irrealista me frenaba con una fuerza prepotente. Sentí envidia, me hubiera gustado estar en la misma posición que el, dominante ante sus placeres. Si en algún momento quiso tocar mi cabello largo y lacio, o mi rostro, o mis labios, no pude determinarlo, a pesar de ser reconocida como la mujer más minuciosa en cuanto a los detalles, con él era inconstante.

Y tú me conocías mejor; mejor que nadie. Mejor que Dios.

Lo único humano que recibía de tu parte además de tu respiración, era los pestañeos repentinos que tus ojos exigían. Le daban vida a ellos y a tu expresión dura y fría. Repentinamente me disipé en la imaginación de mi inconsciente.

Caí en un mundo vacío, estaba a orillas de un gran ventanal, justo cuando me di cuenta en la posición que estaba, miré hacia atrás sin perder el equilibrio que me mantenía de pie y observé una gran habitación totalmente reluciente por la luz que entraba, con bellos muebles de colores combinados, y en medio de ellos se ubicaba una baja mesa que sostenía un arreglo de rosas. Cliché, pensé. Me cuesta entender como las personas se conforman con la belleza de las rosas; son hermosas, no lo dudo, sin embargo pienso que al habitar el planeta que es conocido como el único que posee vida, tenemos la dicha de gozar de una innegable variedad de belleza floral, y ahí entra la ignorancia perpetua del Hombre. No admira el arte; es superficial… y conforme.

Este pensamiento fue interrumpido por la sobra que formaba mi silueta, obstaculizando el paso de la luz comencé a formar parte del escenario de ese lugar. Pero realmente no era yo quien estaba en el, sino esa extraña forma negra, intentando simular ser una persona plasmada en el suelo. Me hizo muecas de burlas que no logré entender en el momento, ya que no tenía rostro, y fueron sus brazos los que me indicaron la broma. Supongo que al ver mi estado, se sintió contenta de estar bajo el techo seguro. ¿Seguro? ¿Estoy yo en peligro? Giré entorno al estado inicial de mi trance, y me dí cuenta del profundo acantilado en el que me encontraba. Automáticamente el vértigo entro en mi cuerpo. Sentí miedo. Un miedo tan penetrante que hacia a mis huesos astillarse y un mareo formo parte de lo síntomas que indicaban un cambio mortal para mí. Al enfocarme en lo que debía hacer, mantuve el equilibrio para no caer equivocadamente en ese hoyo negro, si iba a morir, no iba a ser por torpeza, algo que realmente me caracteriza. Luego me di cuenta de una cuerda que estaba desde el extremo debajo de mis pies, hasta otro en donde se ubicaba el segundo ventanal. Momentáneamente sentí alivio. Corto, ya que me recordé de mi poca eficiencia para caminar sobre cuerdas flojas, dudo que lo haya hecho alguna vez. No podía creer que mi mente se dignara a colocarme en tal estado de peligro, y a pesar de reconocer el poder de mi imaginación, sentía que estaba en un real lecho de muerte. Temía por mi existencia, así que giré en dirección a la sala amoblada, pero en cuanto volteé para marcar paso choqué con una inesperada pared de ladrillos que sólo me permitía estar de puntillas sobre la orilla sobresaliente, el único rastro que quedó de aquel ventanal.

Por un instante en busca de oxígeno, subí mi rostro y miré aquel atardecer que caía suavemente. Recuerdo las nubes definidas color naranjas y azul, los destellos y uno que otro crepúsculo violeta. Me estremecí. Sentí ironía por aquel hermoso escenario con mi muerte, y a pesar de eso, no entendía.

Paralizada con la cabeza arriba memoricé una interesante clase de psicología donde representaron a los sueños cómo pequeños deseos o pensamientos ocultos en el rincón más oscuro de la mente humana, del inconsciente. Yo soy humana. Entonces recapacité mi situación. Quizás todo esto haya sido un sueño, quizás el trasnocho de aquella noche frente ti me hubiese obligado a caer frente a tus pies por el cansancio, dando cabida a mi mente instintivamente para que tomara rumbo al mundo bizarro. Pero en ese caso, ¿Qué significaría? ¿Tengo dentro de mi cabeza algún mensaje de urgencia? ¿Tengo que morir? Sacudí mi cabeza para caer en la ‘realidad’ que no era existente en el mundo ‘real’; pero, ¿Cuál mundo es real? Cada quien decide donde vivir, donde desarrollarse, como hacerlo, como revelarlo. Las culturas, la sociedad, la moral, la religión, lo terrenal, todo es ejemplo de los mundos creados propiamente; como la música, las melodías y sinfonías, cada compositor se inspira por diferentes trastornos que hay dentro su utopía y como resultado obtiene el orden perfecto de tonos y sonidos que al estar marcados en una partitura se vuelven capaces de penetrar y erizar la piel de algún individuo ¿Y acaso eso no es crear un mundo propio? Desde el emisor hasta el receptor, lo es. Y yo tenía el mío. Lleno de preguntas y filosofías ilógicas.

Sacudí la cabeza, pero no por gusto propio sino por el dolor que mis pies comenzaban a enviar rápidamente a mi cerebro. Tenía que hacer algo.

Había dos obvias opciones en las cuales discernir: O daba un paso hacia delante y dejaba caer mi cuerpo libremente, o me aventuraba a caminar sobre la cuerda floja y vieja. No niego la curiosidad que sentí al pensar en el viento rozar mi rostro y jugar con mi cabello; pero si iba a morir, no sería por torpeza ni indagación. Así que me vi obligada a caminar sobre el fino sendero que estaba frente a mí, a fin de cuentas tenía más posibilidades de sobrevivir ante dicha circunstancia. Levanté mi pie y lo ubiqué sobre el primer tramo de la cuerda, y súbitamente comenzó a sonar de la nada una canción irreconocible en primer plano, pero en lo pude concentrarme para escucharla, me di cuenta de la Quinta Sinfonía compuesta por Beethoven. Supongo que a parte de crear un estado sombrío, me daba un apoyo honorable, ya que capté con facilidad la comparación entre la sordera de Beethoven y mi ignorancia ante tal situación.

A pesar del déficit auditivo de Ludwig, él creaba maravillosas armonías reproducidas por su infinita imaginación, siendo precursor de la música que aún en la actualidad sigue siendo escuchada. Sólo sentía como sus dedos tocaban el instrumento y dejaba en el mundo de la ilusión el sonido que éste producía, sintiéndose satisfecho con lo que creía originar. Era un artista. Y yo, con un pie en la cuerda floja y vieja, comparándome con el músico más superior de lo creado, me vi obligada a mover la otra extremidad faltante, sin saber la belleza que produciría, debía dejar volar mi intrepidez e imaginar que luego volaría yo hasta el otro ventanal. Así lo hice.

Pestañeé en señal de despertar, enfocando las borrosas figuras que se encontraban a mi alrededor; primero observé unas mesas acompañas con sillas, haciendo un juego minimalista con las decoraciones que estaban cerca, algunas lámparas arañas y otras provenientes del suelo.

¿El suelo? ¡Estaba de pie!

Sorpresivamente abrí mis ojos y vi con nitidez el lugar en donde me encontraba ahora. Ya no estaba dentro de un trance mental, ni me encontraba en mi lecho de muerte; ya no tenía que lanzar una moneda para descifrar mi futuro. Estaba viva, y nunca me había sentido tan serena; nunca había estado frente a frente contra la Muerte. ¿O sí?

Agachaste un poco tu cuerpo buscando observar mi rostro que se encontraba un poco confuso, moviéndose de un lado a otro para estacionarse en la realidad. Lograste llamar mi atención cuando mencionaste mi nombre.

-Cristina.

Hacía ya tiempo que no escuchaba aquella voz tan centelleante y audaz. Firme y dura como una roca, pero suave y afinada como terciopelo. Eras sublime. Tu cabello era perfecto con la textura y tamaño que tenía, obscuro casi matizando a negro, sin embargo el sol le permitía reflejar uno que otro destello azulejo, por eso me encantaban los días calurosos. Tu rostro era delicado, con facciones definidas y perfiladas, ‘blanco como la leche’ era tu complejo físico. Eras alto, siempre me fije que mi estatura no alcanzaba llegar hasta tu cuello. Tu cuerpo no era voluptuoso sino delgado, lo que hacía de ti una buena combinación. Y tus ojos… Color ámbar. Me limitaban a describirlos de esa manera. Y mi alma, cuando los veía, comenzaba arder. Mi piel se erizaba conforme ibas acentuando tu expresión.

Nuevamente, me nombraste.

-Cristina- Dijiste con voz severa-. ¿Estás bien?

Necesitaba escucharte. Algo tembló en mi interior con la vigorosa pregunta, y en ese momento no sabía si hablar o esconderme. Los nervios involuntariamente invadieron mis venas obstaculizando el pase de la sangre que bombeaba rápidamente mi corazón, lo que dificultaba mi respiración, comenzando a difuminar las imágenes. Pero no quería dejar de verte.

-Cristina, estoy aquí. Ya sal de ese delirio- Tras esas palabras, tocaste cuidadosamente mi piel con la yema de tus dedos. Me estremecí.

El sonido deliberante nuevamente comenzó a sonar, obligándome a mover mi cuerpo en búsqueda de un reproductor que lógicamente estuviera encendido para reproducir un disco de Beethoven. Pero no encontré nada, así que ultimé que era un lóbulo de mi cerebro quien estaba divirtiéndose conmigo y su música.

Un maldito lóbulo de mi cerebro estaba divirtiéndose conmigo. Enfurecí, tanto que mi serenidad cambió bruscamente.


-Tranquila. Cálmate.

Tranquila. Cálmate. Me repetí instantáneamente, en ese minuto mi mirada estaba fija en el suelo, como si todo ese proceso ya hubiese sido practicado con anticipación. Entre en pánico y mi respiración comenzó a ascender con rapidez. Mi mente ahora no recibía ninguna señal del exterior, sino que intentaba ubicarse nuevamente en aquel escenario, ahora escalofriante para mí. No quería entrar ahí, no después de haber escuchado tu voz. Deseaba sentirte otra vez.

Entonces, entendí.

No había ninguna lucha contra ti, ni contra tu ser, ni contra tus caprichos. Estaba peleando contra mi delirio, conmigo misma. Y eras tú quien estaba de pie frente a mí, mordiéndote la legua para no darme ninguna palabra de consuelo ni un afecto físico que fuera capaz de explotar mi locura. Y así empeorar las mi trastorno mental que silenciosamente ya habían comenzado.

Al ver la rápida captación que tuve con respecto a mi situación, me tomaste fuertemente con tus brazos antes de que lograra caer al suelo. Aprestaste tan duro como te fue posible y sin romper mis delicados huesos ni lastimar la superficie de mi cuerpo. Lágrimas comenzaron a salir de mis ojos por inercia y un dolor tajante golpeaba mi sien. Mi pulso crecía y mi corazón sufría de taquicardia.

Luego recordé aquella voz extraña: Él no necesita nada, eres tú.
Yo necesitaba de ti.

-Todo está bien, Cristina. Respira hondo, busca concentrarte- Me repetías una y otra vez-. Es sólo la imaginación que te invade, no dejes llevarte. No hay nada a lo que tengas que temer. Tienes que llegar aquí, a este mundo, no a otro.

Mientras más palabras decías, menos proyecciones tenía del vacío y la cuerda floja. Sólo necesitaba de algo que me jalara de los pies radicalmente, y tenías que ser tú quien lo hiciera.

-Te amo, Cristina. Vuelve conmigo.

Mis nervios, comenzaron a aplacarse.

0 comentarios:

Blog Archive